Juan B. Guerrero Ávila
Sin lugar a dudas que nuestra generación vive tiempos sumamente complejos y peligrosos, pero no tanto por la Pandemia, ni por los terremotos que sacuden las naciones, ni por las inundaciones y granizadas a nivel mundial, ni por la erupciones de volcanes que se están activando constantemente, ni siquiera por los poderosos huracanes que atacan las naciones, sino, como lo ha expresado la Biblia desde hace cerca de dos mil años, cuando afirma que el peligros de los tiempos lo determina el carácter de los seres humanos que viviríamos en la presente generación, o mejor expresado de la manera siguiente: “En los últimos días habrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amantes de sí mismos y del dinero. Serán vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos y amantes de los placeres más que de Dios…a estos evita”. Un claro ejemplo lo representa la idea común en nuestro medio de que a “un miembro corrupto de la administración pública se le perdona si comparte con el pueblo el fruto de su corrupción”; o, por otro lado, si los que tienen la responsabilidad de llamarlo a cuenta, valoran más los compromisos partidarios y políticos que las responsabilidades con la nación y el pueblo. ¿A quiénes responden los individuos que dirigen la administración pública o privada? Parecería que ya se está agotando el vocabulario para señalar los males sociales que permean nuestro medio. El uso de términos como: Corrupción, antivalores, deshonestidad, y antiético, para señalar individuos, parece no tener ningún impacto para producir los cambios que demanda la presente situación. La presente situación y sus consecuencias fue descrita hace cerca de 3000 años por el profeta Oseas al decir: “Jehová tiene pleito con los habitantes de la tierra, porque no hay en la tierra verdad, ni lealtad, ni conocimiento de Dios. El perjurar, el engañar, el asesinar, el robar y el adulterar han irrumpido. Uno a otro se suceden los hechos de sangre. Por eso la tierra está de duelo, y todo habitante de ella desfallece junto con los animales del campo y las aves del cielo. Aun los peces del mar perecen” Por eso es necesario hacerse la siguiente pregunta, ¿Cuáles son los organismos o instituciones responsables en la sociedad de velar por la creación e implementación de principios que nos permitan vivir en una sociedad más justa, donde impere la honestidad, la legalidad, y se enfrente la corrupción?
Se podrían señalar por lo menos cuatro instituciones que impactan de manera profunda a los miembros de la sociedad: La familia, la iglesia, el Estado y la universidad. Cada una de ellas representa un enorme compromiso con la sobrevivencia y el fortalecimiento de valores en la sociedad. Por razones de tiempo, sin embargo, nos enfocaremos en algunas ideas relacionadas con el impacto social de la universidad. Esto es importante a la luz de la realidad social que enfrentamos, porque los destinos de la nación, ya sea desde la administración pública o privada, ya sea que se practique o no impunemente la corrupción, están en manos de individuos, seres humanos, que pasaron doce años estudiando en las escuelas y terminaron pasando cuatro años por las aulas universitarias, para reafirmar el perfil profesional y de esa manera aportar a nuestro medio de manera positiva y productiva.
Tradicionalmente, y desde otra perspectiva, se ha dividido a las universidades en dos grupos: Por un lado, aquellas instituciones que proclaman principios religiosos enmarcados en valores cristianos o de otras tradiciones religiosas, y por otro lado, las llamadas universidades seculares, que algunas veces señalan las confesionales o religiosas como desfasadas porque supuestamente cambian lo que debería ser la academia por un ambiente eclesiástico. Sin embargo, tomando en cuenta que el origen de las universidades se remonta mayormente, reconociendo el aporte Griego, a la influencia Judeo Cristiana, ya sea de tradición Católica, Protestante y Ortodoxa, esa división, religiosa/secular, sobraría si se piensa en la seriedad del papel que la Universidad está llamada a jugar en la sociedad precisamente en estos tiempos peligrosos en los cuales nos ha tocado vivir. Como consecuencia se asumiría que un verdadero impacto social tendrá que descansar en valores sostenidos por las universidades, sean estas “confesionales” o “seculares”, debido a que ambas enfrentarán retos similares al tratar de influenciar positivamente a los miembros de nuestra sociedad y sus instituciones. En ambos casos se entiende que los profesionales que impactarán la sociedad deberán ser formados de manera integral enfrentando en las aulas contenidos disciplinarios rigurosos guiados por valores éticos trascendentes. Desde ese punto de vista, entonces, no debe haber diferencias entre universidades confesionales y seculares, pues el origen histórico y muchos de sus objetivos son comunes, como son comunes los problemas que enfrentarán sus egresados al ingresar al mercado de trabajo.
Hay que reconocer que las universidades de mayor prestigio del mundo occidental, sean europeas o americanas, nacieron a la luz de principios cristianos: las universidades formales europeas más antiguas, por ejemplo, se originaron en catedrales y conventos católicos alrededor de los años 900s d.C.; mientras que aquellas del continente Norteamericano que surgieron en el nuevo mundo hace más de 350 años fueron el trabajo de hombres y mujeres que huían de la persecución en Europa que les produjo ‘el pensar de manera diferente’. En cualquiera de los casos, católicas, ortodoxas o protestantes, entendían que “toda verdad es verdad de Dios”. Por lo tanto, no concebían el conocimiento discutido rigurosamente en sus aulas aislado del Dios creador, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”, Col 2:3. Fue el origen de Harvard, 1636, universidad fundada para “entrenar” a los hijos de los misioneros que venían huyendo de la persecución de la iglesia oficial de Inglaterra. De hecho, las hoy famosas universidades norteamericanas, nacieron en las primeras colonias, y vieron en cada universidad el lugar más apropiado para discutir rigurosamente las diferentes ideas que beneficiarían la sociedad, mostrando así que ‘la fe cristiana no teme al pensamiento crítico riguroso’ y que por el contrario lo estimula. Vivimos en tiempos intelectualmente peligrosos y de verdaderos retos para cualquier universidad, confesional o no, comprometida con el fortalecimiento de valores éticos. Porque al tratar de desarrollar el pensamiento crítico en sus aulas tienen que luchar en contra de poderosas corrientes de pensamientos filosóficos que promueven materialismo, hedonismo, naturalismo, racionalismo y relativismo que tienden a desarrollar a individuos de carácter cínico, nihilista, insensible, ateísta, radicalista y con fuerte espíritu de auto-suficiencia que se desborda con muestras de una adoración enfermiza de todo ‘lo nuevo, lo moderno y lo diferente’. Para muchos, la nuestra es una sociedad con fuertes y enfermizos deseos de poder, de control y de rápido enriquecimiento. Muchos creen que más que una sociedad de valores, la del presente siglo XXI proclama y premia los antivalores, que tienden a fortalecer el pesimismo de un futuro mejor.
La seriedad del reto de las universidades radica en que son precisamente los individuos que pasaron por las aulas universitarias los que en el presente dirigen los destinos de nuestra sociedad; y que tanto los corruptos como los honestos; los morales como los inmorales; los que obedecen y los que violan las leyes se educan en centros de educación superior. Como consecuencia, es necesario asegurarse de que los programas académicos existentes persigan enviar a nuestra sociedad a profesionales que más allá del aprendizaje de contenidos, se hayan formado dentro del marco de valores que harán de los mismos individuos productivos y que actuarán guiados por principios que les capacitarán para aportar soluciones tanto profesionales como éticas y morales. El fortalecimiento de los antivalores en la sociedad actual llama a todas las universidades a trabajar juntas para producir los cambios sociales y morales que demanda el presente siglo XXI. Si las universidades forman profesionales académicamente preparados, pero carentes de valores, la sociedad habrá recibido a profesionales débiles de carácter que sucumbirán fácilmente ante las actuales corrientes de pensamientos antes mencionadas. Como consecuencia, es importante preguntarse si en las aulas universitarias está faltando algún ingrediente que provea de herramientas a los graduados que le permitan hacer frente, de manera efectiva, a los grandes problemas, que van más allá de los económicos, y que imperan en la sociedad. Si muchos de los que dirigen el Estado y sus instituciones, que pasaron por las aulas universitarias, mantienen conductas totalmente divorciadas de principios que exalten la dignidad humana, es sumamente importante reflexionar sobre los objetivos de un sistema de educación superior en un país con más de 50 instituciones de educación superior, y a la luz de la presente realidad social. Sería equivocado aceptar que la universidad solo existe para impartir conocimientos y contenidos tendentes a preparar individuos que funcionen profesionalmente en sus áreas de trabajo. En este punto sería interesante recordar el principio bíblico que establece “que de nada sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma”. De esa manera podría hacerse un paralelismo con el anterior principio expresando que “la universidad que gana el intelecto de sus estudiantes, pero pierde su alma, en realidad no ha ganado nada”. Ganar el intelecto sería preparar a estudiantes con las más avanzadas herramientas profesionales para triunfar en sus áreas de trabajo. Es pertinente, sin embargo, recordar que los graduados no sólo enfrentarán retos profesionales, sino también encararán desafíos que más que con el intelecto están relacionados con valores trascendentes con asiento en el alma. Es por lo tanto necesario, aunque parezca simplista, que la universidad reflexione sobre sus
orígenes históricos y admita que el estudiante no es solo intelecto, y que no solo necesita conocimientos, sino también que aprenda a actuar dentro de una intencionalmente definida escala de valores. El paralelismo anterior se aplica también a universidades confesionales, como la UNEV, “de qué sirve ganar el alma de los estudiantes, si se pierde el intelecto”, negándoles de esa manera las herramientas intelectuales y los conocimientos que les permita aportar de manera positiva a la sociedad de la cual son miembros. Por lo tanto, debe reflexionarse sobre la necesidad de proveer a los futuros graduados no solo las herramientas profesionales, sino también proporcionarles las armas trascendentes necesarias para enfrentar efectivamente las tomas de decisiones morales: Actuar o no con honestidad, rechazar o no la corrupción y participar o no de antivalores que impactan negativamente la sociedad. Formar profesionales en la universidad sin tomar en cuenta la presente situación socio espiritual es como enviar soldados a un campo de batalla con las ametralladoras más sofisticadas, pero sin balas. Seria inaudito que los estudiantes pasaran tantos años educándose para aportar positivamente a la sociedad pero que terminaran, sin embargo, aportando antivalores.
El llamado es urgente al Ministerio de Educación Superior a conformar un pacto entre universidades que juntas busquen en las aulas universitarias mecanismos que provean al futuro profesional de las herramientas adecuadas, más allá de los conocimientos, que le permitan al profesional formarse también para combatir efectivamente los antivalores que trágicamente permean nuestra sociedad.
Por todo lo expresado en relación a la crisis de valores que vive nuestra nación, sería injusto desconocer el gran esfuerzo que está haciendo la presente administración del Presidente Luis Abinader para combatir antivalores que permean la administración pública y diferentes áreas de nuestra sociedad. Reconocemos y agradecemos ese esfuerzo y pedimos al Presidente que siga adelante en su histórica lucha contra la corrupción recordándole: Señor Presidente, ‘Si no es usted quién lo hará; y si no es ahora, cuándo será’. Adelante, Sr. Presidente..!
Pero, para terminar, queremos expresar ante nuestros amigos nuestra total dependencia del Creador y nos hacemos eco de lo expresado por el profeta Habacuc hace 3600 años cuando dijo:
“Aunque la higuera no florezca,
ni en las vides haya fruto,
Aunque falte el producto del olivo
Y los campos no produzcan alimento,
Aunque se acaben las ovejas del redil
Y no haya vacas en los establos;
Con todo yo [y la UNEV] me alegrara en Jehová
Y me gozare en el Dios de mi salvación.
¡Jehová, el Señor es mi fortaleza!
El hará mis pies como de venados y
me hará andar sobre las alturas”.
Muchas Gracias por compartir con nosotros este tiempo y bendiciones para todos.